domingo, 24 de julio de 2011

La primera otredad: Un corresponsal irresponsable en París: “Le Berthillon” (sí, un cacho snob, y?)

Mi GRAN AMIGO Fede me hizo feliz el domingo. No mejor mail desde el exterior que este que copio:

“Trés bien le toilette?” Con el pulgar alto. Sabía que el tipo estaba siendo irónico –recurso con el que los franceses compiten con los ingleses-. Yo le quería explicar que no, que en realidad había ocupado una silla porque quería tomar algo pero luego de ir al toilette ví el menú y no encontré nada que se me antojase; que no quería usar sus servicios sin consumir, que no quería timarlo, que mucho menos quería comportarme como un típico argento. Pero él sí se comportó como un típico parisino: no me dejó hablar, y con una expresión que combinaba un poco del goce de la venganza francesa y el enojo marroquí, me soltó una sarta de afirmaciones en un francés que ni Serge Gainsbourg hubiese sido capaz de traducir. En fin, me alejé maldiciendo esta maldita ciudad. Maldita París y malditos parisinos. Son los únicos tipos que hablan este idioma (perdón hermanos haitianos y demases) y se creen que son el centro del mundo. Que si no hablás su idioma, no se molestan ni una pizca en hacerse entender. Que descansan, claro, en la gloria de su pasado y en esa decadencia que tan pintorescos los presenta.

París tiene una cualidad que, a la vez sella su destino de modo fatal: es total y completamente autorreferente. Estando en París uno no puede dejar de pensar en París, no puede dejar de hablar de París, no se puede salir de París. Te inunda, te aplasta y, a la vez, te transporta a un “otro lugar” único, sin dejar de ser esa misma ciudad. Si Praga te transporta al medioevo y Londres a la “beat madness”, París te transporta….a París.

Me tomo una pequeña licencia y lo digo: con el corazón algo maltrecho me fui a repararlo al Sacre Coeur. Antes de subir me senté en un cafecito que daba justo frente a la colina en cuya punta estaba, soberbia, la –para mí mas linda- iglesia de todas. Se aparecieron ahí mismo dos grandes certezas. Una mostrada y otra propia. La primera es que la causa de todas las tristezas de este mundo no es dios, no es su ausencia, no es el amor, no es la existencia, no es el capitalismo y, mucho menos, el comunismo, no es Fito Paez ni Johny Allon. Es la película “Chatrán”, y c`est fini la cuestión..

La propia es que las cosas importantes de la vida, en definitiva, uno las termina hablando con los mozos que tienen un moñito negro y que lo maltratan gratuitamente –o al precio de un cortado, el costo de nuestra propia estima y al que estamos persuadidos de vender nuestra dignidad-. En fin, con el amigo me puse al día sobre la Copa América, acerca de lo choto que es Sarkozy pero lo “fatale” que es Carla Bruni, y de cómo Maradona se cagó la carrera con las drogas –claro, los tipos son tolerantes y liberales, pero nada de snifarse una línea de merca, eso nooo-.

Después de patear por el Montmartre, a eso de la 1 am, decidí caminar por las orillas del Sena. Desde el Pont Alexander hasta el Petit Pont (en resumidas cuentas, son muchas cuadras). Pero no por arriba, por la vereda, por los boulevares que están a sus costados. No. Decidí caminar por la orilla del Sena literalmente; abajo –ahí mismo donde Javert se suicidó cuando no pudo con la altura moral de Jean Valjean-. Iluso yo, busqué a la Maga pero no la encontré; aunque un tipo, alto, flaco, con cara de nada que lo decía todo, se parecía a Oliveira. Le grité “Oracio, Oracio!”, pero nada. Me dí cuenta que Julio es un gran nombre. Y que no sé nada de nada, aunque un poquito empiezo a recordar.

Había, en las orillas del río, una casilla donde vendían “Glace” (o helados, para los amantes del blog), pero de esos cucuruchitos que le ponen dos bolas: “una de cada” diríamos en Bs.As. Claro, la francesa que vendía –algo bonita, algo seductora- me explicó que sólo tenían 3 gustos: chocolate, vainilla y amaretto. Decidí que me tomaría uno en nombre del autor de este blog. Pero me di cuenta que eso sería una vulgaridad; algo así como recordar a un amigo que le gusta la cerveza y brindar con una “Palermo”. No, mejor me lo tomo en mi nombre –tal vez en el de la que me lo vendió- y listo.

Al otro día, y con la enorme responsabilidad de cumplir con el deber adquirido para con el autor de este blog, decidí buscar la mejor heladería de París: “Le Berthillon”. Fui y vine, llegué y partí tantas veces como puentes tiene esta ciudad, hasta que la encontré en la Rue Saint Louis de Ille. Hermosa, soberbia, estaba ahí nomás, prendida e irradiando vida. Como no podía ser de otro modo, había media hora de espera.

Esperé mientras miraba la gente que estaba degustando sus pedidos. A mi costado un perro me miraba y me decía que todo estaba bien, que ya tenía la llave de la gloria de los helados, que sólo quedan unas fracciones de tiempo ridículamente cortas para sobar un maravilloso elixir de crema.

Llegué al mostrador, un colorado con cara –y acento- de muy pocos amigos me interrogó. Yo no sabía si quería saber qué gustos quería o si estaba indagando en mi sexualidad, mi estado civil, mi profesión, la razón de mi visita a París y si le haría cosquillas en la panza. Por lo largo de su frase, creo que se refería a todo esto último –en estos casos es cuando uno entiende porqué alguien como Proust salió de este lugar, donde las oraciones son largas, pesadas y abultadas-. Les juro que si me decían que el muchacho este es el nieto de Himmler y que quiere refritar la Gestapo, les creo. Sólo quería un helado “double”, es decir, uno de dos bolas; lo que se lo hice entender con mi mayor histrionismo ítalo-argentino.

Los gustos se reducían a 8 o 10. Decidí probar el “chocolat noir” –yo creo que una buena manera de testear la calidad de una heladería es con sus chocolates- y el “fruits de le passion”. El primero tenía un sabor a chocolate muy intenso, con mucho peso, de esos que le llenan la boca a uno y que luego necesitan, justamente, algo frutal para volver a refrescar la boca. Y ahí pasé al maravillo “frutos de la pasión”. Fresco y cremoso a la vez –gran secreto de estos tipos, sin dudas-, lleno de un sabor que tenía la mezcla justa entre el dulce de la frutilla, el olor a la cereza y la textura del arándanos. Un orgasmo grastronómico.

Y todo mirando al Sena, mientras el sol se iba a dormir. Con el perro que todavía me miraba pero que ya no decía nada. Parecía que disfrutaba el helado conmigo, mirándome, conmovido. Un señor pasó agarrado de una señora. Debían tener mas de ochenta. Yo me imaginaba que estos tipos, tal vez, colaboraron en la resistencia contra los nazis, que bailaron con Piaf, que se indignaron con Vichy, que quisieron a Sartre como a un maestro, que amaron y luego escupieron a De Gaulle, que cantaron con Gainsbourg y que lloraron a Mitterand. O tal vez nada de eso. Sólo caminaban agarrados de la mano. Ella lo miraba y le decía algo suavecito al oído izquierdo de el, que se apoyaba en un bastón que, seguro, lo doblaba en años. Parecían que ya la vida se les había pasado, que ahora degustaban los últimos sabores. Como el perro, o como París.

Y entonces volví a pensar en ella, en su magia. En eso único que tienen sus calles y sus boulevares, en los barcitos. Del Sena parecía que salía una vitalidad única, llena de tristeza y de nostalgia con igual intensidad y cantidad. Y de……¿se ve? Quería hablar de helados y terminé hablando de ella…..

6 comentarios:

  1. Lauuuuuuuuuuuuuuuu25 de julio de 2011, 13:37

    Muy lindo, muy lindo todo. Paris, sus callecitas, la belleza de la Ciudad Luz.
    Creo que el día que la conozca la voy a odiar, sobre todo a los franceses que sin conocerlos no me los banco.
    Quizas es por eso que me voy a NY, me siento parte.
    Orlando: entre vos y Pauls armamos el club de los afectadosssssssssss literarios.Jajajaj buena onda, besos.

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  2. Lauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu25 de julio de 2011, 13:38

    Y la otra que contesta en francés, como dice Dami, mi madreeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!!!!!!!!!!!

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  3. paris es lo más laura y los franceses son lo más también. a mí todo el mundo me trató super bien y me encanta el jazzzzzzzzz

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  4. estoy con Orlando y Scheriber.
    Con orlando porque no es como Pauls y con B porque creo que te va a encantar!

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  5. Sí, blondie, París te enamora, no te resistas (no como el pelotudo presuntuoso de Pauls -q igual escribe muy pero muy bién-). Barbi, te perdiste el festival de Jazze en París: en "Le marais" fue algo maravilloso. Eso sí, no me preguntes de nombres.
    Buen viaje por allá!
    fede

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