sábado, 2 de julio de 2011

Caballito, Nino, Woody y el Helado.


“Alberdi 1157 6°A”

Hoy por esas casualidades estuve todo el día en soledad, los momentos con otros eran tan solo un espacio hacia otro, nuevamente, en soledad. Las palabras no salieron de mi boca pero tampoco, raramente, rebotaron en mis pensamientos.

Tenía muchas ganas de ir al cine a ver la nueva de Woody. Invité un par de amigos pero ninguno, finalmente, accedió. Entonces, a la tarde fui hasta el cine de La Pata y Rivadavia y saqué una entrada. Una única entrada. Feliz caminando a Villa Crespo.


Soy de la generación del ´80, en 1996 tenía 16 años y en ese año había decidido que todos los miércoles iba a comenzar a ir al cine y a comer solo. Como vivía en Caballito, mi destino era un pequeño cine de Rivadavia y Acoyte, Arteplex, o los grandes cines de Rivera Indarte.

Hay una noche de esas que siempre recuerdo. Fui al cine de Flores, un gran cine de barrio, a ver El Paciente Inglés. Una película que no solo dura tres horas sino que vive soledad o por lo menos así la recuerdo yo. Después, entré a Wendys y dado que no comía carne me decidí por una papa al plomo con queso crema y cebolla de verdeo que todavía veo.

Hoy, tomé un taxi y le dije: “avenida La Plata y Rivadavia”. Íbamos por Hidalgo y decidí bajarme y caminar hasta el cine. Había que hacer tiempo, entré a una librería. Miré todos los libros con la bufanda puesta y las manos en mis bolsillos.

Pasé por Persicco, no entré pero me acerqué a la puerta para mirar si publicitaban un gusto nuevo y así evitar la pregunta que odiosamente hago cada vez que llamo por teléfono para pedir a domicilio. Se relanzaba la mandarina. Un gusto que hacen todos los inviernos y que casi siempre que puedo y está lo adquiero. Al ver la pizarra recordé el post de la heladocracia. La discusión sobre el sambayón. Una Sonrisa apareció, hablaba con ella sobre el gusto de la adultez. Pensé en Carlos Nino y la idea de la autonomía personal. La defensa de la intimidad y concluí que la mandarina es excelente individualmente, una acción privada, pero no colectivamente porque violenta la autonomía de un tercero, sin duda implica una acción intersubjetiviva al conquistar los demás sabores. Riéndome, seguí caminando porque empezaban los cortos y todavía me quedaba por comprar un agua e ir al baño previo a sumergirme en Woody.

Octava fila derecha, 5 asientos. La chica que me acompaño al mío me indicó el tercero. Quedaron libres los dos de mi derecha y los dos de mi izquierda. Ambos, luego, ocupados por dos parejas. Nuevamente, sonreí. Agradecí que una de ella no tenía pochoclos. Woddy Allen no va con los pochoclos. El ruido es absolutamente molesto cuando lo que justamente tenes que hacer es escuchar diálogos y sonidos musicales.

La película no sé si es de las mejores del director pero me encantó. No la podía ver en mejor momento. Empezó con imágenes de París y una música que no dejaba espacio para otra cosa que no sea sumergirte en lo observado. Ahí hice una nota mental y un enojo: La nota: tengo que ir con Laura a París. Hay que juntar plata cuanto antes. El enojo: justo que en 15 días me voy a New York, este tipo me conquista nuevamente pero con la ciudad francesa, grité al compás que veía y escuchaba Cole Porter.

La película, la melancolía, todo tiempo pasado fue mejor, el amor, el presente. Salgo decidido a comer pizza gourmet en el Almacén de la Pizza pero pasé por la puerta de Burguer King y entré. Este año volví a comer en esas cadenas luego de más de 10 años de resistirlas. Fui a la caja, pedí la hamburguesa más grande que alguna vez tuve en mi mano. Segunda nota mental de la noche: no es para mi, sí para mi amigo Martín, pero no para mí. Me senté, comí mirando y pensando en todo lo que había pasado por mi cabeza durante el día. Miraba a las personas comer. Todos hablaban y yo en silencio. Tenía muchas ganas de contarles todo lo que aparecía en mí.

Restaba comer helado, no solo para terminar la noche correctamente sino para poder tener una excusa y escribir en el blog.

Il Trovatore es de las heladerías más famosas de Caballito y a la que yo iba de chico cuando tenía ganas de comer helado rico y volver caminando a mi casa con él. Sin embargo, el frio me detuvo- la adultez y su maldita prudencia. Entré a Gello, una heladería sobre Rivadavia al 4600. Compré un helado bien chiquito. Le hice un par de preguntas al heladero, tales como de qué consistían los gustos más raros. Especialmente el que se llama “Cualquier Cosa”. Pedí dos gustos conocidos y me fui. Me subí a un taxi y como me agarró la neurosis sobre mi imagen con helado y el frio, me vi necesitado de explicar al conductor que era amante del postre que tenía en la mano. Para ello introduje el conocido “¿hace frio, no?”.

Llegué a nuestra casa. Estoy feliz. Me voy a dormir.

6 comentarios:

  1. sí, hace frío, pero muy buena crónica de la soledad! Esta vez me quedé con más ganas de ver la película que de probar el helado, si se me permite!

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  2. sin duda que se le permite! de hecho, se lo incentiva a ir a verla. Qué ganas de comer helado en París!
    o mejor un queso con un vino!

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  3. No me cabe que la pases bien sin mí.
    You are out of rules darling...

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  4. es el título más snob de la historia del blog

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  5. Las amigas se unieron en contra mio.

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  6. Por suerte conozco el helado de esta heladería, que por cierto es excelente, por que del helado ... ni comentario!!

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