viernes, 29 de julio de 2011

Caballito se redime: Il Trovatore


Una una época en la que fui cheto. Los primeros años de la secundaria. También tuve muchos granitos producto de la adolescencia. Para sacarme de ese peso facial iba a la cama solar. La primera parte del relato se retroalimenta con el acné.
El solarium artificial quedaba en la unión de acoyte y rivadavia. Entonces, volvía a mi casa por la avenida más larga de buenos aires pero ahora iluminado artificialmente.
La parada obligatoria era Il Trovatore. Dulce de leche granizado y chocolate blanco, cantaba feliz!
Hoy me voy a NY, parte de mi recorrida será ir a heladerías por eso para poder comparar con los de Argentina, fui a la mencionada heladería. Pedí los mismos gustos. Al mismo tiempo, es una linda forma de despedirme de mi espacio.
sinceramente, me generó emoción, linda como siempre, antigua como siempre.
El helado de dulce de leche tiene ese gusto a helado de antes, no de cadena, de antes. Pero a diferencia de otros de aquellos tiempos, es exquisito.
El chocolate blanco, que me gusta más que el negro, tenía pedazos de ese manjar claro.
Pedí un vaso mediano, me subí al taxi y pensé en los helados que voy a tomar en la Gran Manzana.
Hasta la vuelta.

Sobre la heladería: entren a su página. http://www.iltrovatore.com.ar/

lunes, 25 de julio de 2011

Concurso: NY

Hola, en los próximos días estaré partiendo para NY. Por eso lanzo un concurso:
El que quiere me puede recomendar heladerías para ir. Tengo tiempo para probar varias.
La mejor recomendación se gana un regalito de viaje.

domingo, 24 de julio de 2011

La primera otredad: Un corresponsal irresponsable en París: “Le Berthillon” (sí, un cacho snob, y?)

Mi GRAN AMIGO Fede me hizo feliz el domingo. No mejor mail desde el exterior que este que copio:

“Trés bien le toilette?” Con el pulgar alto. Sabía que el tipo estaba siendo irónico –recurso con el que los franceses compiten con los ingleses-. Yo le quería explicar que no, que en realidad había ocupado una silla porque quería tomar algo pero luego de ir al toilette ví el menú y no encontré nada que se me antojase; que no quería usar sus servicios sin consumir, que no quería timarlo, que mucho menos quería comportarme como un típico argento. Pero él sí se comportó como un típico parisino: no me dejó hablar, y con una expresión que combinaba un poco del goce de la venganza francesa y el enojo marroquí, me soltó una sarta de afirmaciones en un francés que ni Serge Gainsbourg hubiese sido capaz de traducir. En fin, me alejé maldiciendo esta maldita ciudad. Maldita París y malditos parisinos. Son los únicos tipos que hablan este idioma (perdón hermanos haitianos y demases) y se creen que son el centro del mundo. Que si no hablás su idioma, no se molestan ni una pizca en hacerse entender. Que descansan, claro, en la gloria de su pasado y en esa decadencia que tan pintorescos los presenta.

París tiene una cualidad que, a la vez sella su destino de modo fatal: es total y completamente autorreferente. Estando en París uno no puede dejar de pensar en París, no puede dejar de hablar de París, no se puede salir de París. Te inunda, te aplasta y, a la vez, te transporta a un “otro lugar” único, sin dejar de ser esa misma ciudad. Si Praga te transporta al medioevo y Londres a la “beat madness”, París te transporta….a París.

Me tomo una pequeña licencia y lo digo: con el corazón algo maltrecho me fui a repararlo al Sacre Coeur. Antes de subir me senté en un cafecito que daba justo frente a la colina en cuya punta estaba, soberbia, la –para mí mas linda- iglesia de todas. Se aparecieron ahí mismo dos grandes certezas. Una mostrada y otra propia. La primera es que la causa de todas las tristezas de este mundo no es dios, no es su ausencia, no es el amor, no es la existencia, no es el capitalismo y, mucho menos, el comunismo, no es Fito Paez ni Johny Allon. Es la película “Chatrán”, y c`est fini la cuestión..

La propia es que las cosas importantes de la vida, en definitiva, uno las termina hablando con los mozos que tienen un moñito negro y que lo maltratan gratuitamente –o al precio de un cortado, el costo de nuestra propia estima y al que estamos persuadidos de vender nuestra dignidad-. En fin, con el amigo me puse al día sobre la Copa América, acerca de lo choto que es Sarkozy pero lo “fatale” que es Carla Bruni, y de cómo Maradona se cagó la carrera con las drogas –claro, los tipos son tolerantes y liberales, pero nada de snifarse una línea de merca, eso nooo-.

Después de patear por el Montmartre, a eso de la 1 am, decidí caminar por las orillas del Sena. Desde el Pont Alexander hasta el Petit Pont (en resumidas cuentas, son muchas cuadras). Pero no por arriba, por la vereda, por los boulevares que están a sus costados. No. Decidí caminar por la orilla del Sena literalmente; abajo –ahí mismo donde Javert se suicidó cuando no pudo con la altura moral de Jean Valjean-. Iluso yo, busqué a la Maga pero no la encontré; aunque un tipo, alto, flaco, con cara de nada que lo decía todo, se parecía a Oliveira. Le grité “Oracio, Oracio!”, pero nada. Me dí cuenta que Julio es un gran nombre. Y que no sé nada de nada, aunque un poquito empiezo a recordar.

Había, en las orillas del río, una casilla donde vendían “Glace” (o helados, para los amantes del blog), pero de esos cucuruchitos que le ponen dos bolas: “una de cada” diríamos en Bs.As. Claro, la francesa que vendía –algo bonita, algo seductora- me explicó que sólo tenían 3 gustos: chocolate, vainilla y amaretto. Decidí que me tomaría uno en nombre del autor de este blog. Pero me di cuenta que eso sería una vulgaridad; algo así como recordar a un amigo que le gusta la cerveza y brindar con una “Palermo”. No, mejor me lo tomo en mi nombre –tal vez en el de la que me lo vendió- y listo.

Al otro día, y con la enorme responsabilidad de cumplir con el deber adquirido para con el autor de este blog, decidí buscar la mejor heladería de París: “Le Berthillon”. Fui y vine, llegué y partí tantas veces como puentes tiene esta ciudad, hasta que la encontré en la Rue Saint Louis de Ille. Hermosa, soberbia, estaba ahí nomás, prendida e irradiando vida. Como no podía ser de otro modo, había media hora de espera.

Esperé mientras miraba la gente que estaba degustando sus pedidos. A mi costado un perro me miraba y me decía que todo estaba bien, que ya tenía la llave de la gloria de los helados, que sólo quedan unas fracciones de tiempo ridículamente cortas para sobar un maravilloso elixir de crema.

Llegué al mostrador, un colorado con cara –y acento- de muy pocos amigos me interrogó. Yo no sabía si quería saber qué gustos quería o si estaba indagando en mi sexualidad, mi estado civil, mi profesión, la razón de mi visita a París y si le haría cosquillas en la panza. Por lo largo de su frase, creo que se refería a todo esto último –en estos casos es cuando uno entiende porqué alguien como Proust salió de este lugar, donde las oraciones son largas, pesadas y abultadas-. Les juro que si me decían que el muchacho este es el nieto de Himmler y que quiere refritar la Gestapo, les creo. Sólo quería un helado “double”, es decir, uno de dos bolas; lo que se lo hice entender con mi mayor histrionismo ítalo-argentino.

Los gustos se reducían a 8 o 10. Decidí probar el “chocolat noir” –yo creo que una buena manera de testear la calidad de una heladería es con sus chocolates- y el “fruits de le passion”. El primero tenía un sabor a chocolate muy intenso, con mucho peso, de esos que le llenan la boca a uno y que luego necesitan, justamente, algo frutal para volver a refrescar la boca. Y ahí pasé al maravillo “frutos de la pasión”. Fresco y cremoso a la vez –gran secreto de estos tipos, sin dudas-, lleno de un sabor que tenía la mezcla justa entre el dulce de la frutilla, el olor a la cereza y la textura del arándanos. Un orgasmo grastronómico.

Y todo mirando al Sena, mientras el sol se iba a dormir. Con el perro que todavía me miraba pero que ya no decía nada. Parecía que disfrutaba el helado conmigo, mirándome, conmovido. Un señor pasó agarrado de una señora. Debían tener mas de ochenta. Yo me imaginaba que estos tipos, tal vez, colaboraron en la resistencia contra los nazis, que bailaron con Piaf, que se indignaron con Vichy, que quisieron a Sartre como a un maestro, que amaron y luego escupieron a De Gaulle, que cantaron con Gainsbourg y que lloraron a Mitterand. O tal vez nada de eso. Sólo caminaban agarrados de la mano. Ella lo miraba y le decía algo suavecito al oído izquierdo de el, que se apoyaba en un bastón que, seguro, lo doblaba en años. Parecían que ya la vida se les había pasado, que ahora degustaban los últimos sabores. Como el perro, o como París.

Y entonces volví a pensar en ella, en su magia. En eso único que tienen sus calles y sus boulevares, en los barcitos. Del Sena parecía que salía una vitalidad única, llena de tristeza y de nostalgia con igual intensidad y cantidad. Y de……¿se ve? Quería hablar de helados y terminé hablando de ella…..

jueves, 21 de julio de 2011

día del amigo y el no post

Terminé de cenar, quería un helado, no comí por eso no puedo escribir pero si lo hubiese hecho aprovecharía para hablar de mis amigos/as. De la cena de ayer en las Pizarras, del recibimiento de la Licenciada en Letras Sol Sch.- felicitaciones nuevamente-, del casamiento de Miri y Fer, de la historia, del paso del tiempo. De uno que anda por París, de otros que cenaron pero no pude ir, del mail de la hija única, de la cena de los miércoles, la de los jueves, de las amigas de lau que cada día más se van volviendo mis amigas, de tantos otros que son o fueron importantes en algún momento.
No comí, por eso no puedo comentar nada.

lunes, 11 de julio de 2011

El mix: la Web, la secundaria, el casamiento y la fucking Ciudad


Advertencia inicial: escribo este post de muy mal humor. Tengo ganas de vivir el final del Club de la Pelea en esta Ciudad de porquería.

A pesar de lo anterior, ayer estuve de festejo. El jueves se casan Fer y Miri, dos grandes amigos de la pareja. Linda historia, lindo presente.

Luego de la cena previa a la semana final que comienza, nos fuimos a una heladería de la calle Canning y Charcas: Bianca. Sé que la Avenida no se llama más Canning, pero la historia que voy a contar me obliga a recordar su nombre anterior.

Corría el año 1993, el temor de lo desconocido se apoderaba de mi adolescencia, la única salvación era la presencia de Mariano-amigo desde los dos años- en el aula nueva.

Luego de entrar y ver muchas caras nuevas y algunas viejas en mi primera división del secundario, pasaba el tiempo y me hice un gran amigo, que también se casa pronto: GW.

Su casa fue una de las primeras casas de los amigos nuevos que visité.Vivía en Canning y Charcas. Durante el colectivo me hablaba de un juego que tenía en la computadora y de un sistema extraño mediante el cual te podías comunicar con el sistema internacional. Ahí conocí el Simcity e Internet. Creo que habrá sido, sin lugar a dudas, de las primeras casas en observar impacientemente la pantalla esperando la conexión a la Web.

Ir a lo de Gabi, en alguna medida, era ir a la Nasa, no entendía nada de ese sistema, la estupidez se apoderaba de mi autoestima. Era como que me hablarán en chino básico- no sé la diferencia con otro chino pero la frase es así-. Encima luego de un rato de jugar con la PC llegaba Fefe, un enano rubio de 6 años más o menos y se apoderaba del sistema. Otra vez, no entendía nada.

Ir a lo de GW era no solo sumergirte en el sistema, jugar al cabeza con la pared de compañero, sino también charlar de chicas y, obviamente, comer helado en la heladería que quedaba al bajar el ascensor. Así es que comía helado cada vez que iba a su casa. Bianca, la heladería de ayer, representa eso, no solo la casa de Gabi, sino mi adolescencia más temprana y también la Web.

Luego mucho tiempo, ya viviendo solos, cada uno en su casa pero a pocas cuadras, íbamos a “balconear” a otra heladería de barrio. Pero esta historia queda para otra oportunidad.

Ayer, entonces, fuimos a Bianca con Fer, Miri y Lau. La elección fue realizada por Fer porque quería que hoy lo nombrara en el Blog. Aunque lo advertí de la historia de la Web.

Mis compañeros/as de cata, comieron críticamente. El lado femenino se reía cuando al masculino le dolía la cabeza por comer rápido. Decían que exagerábamos.

Pedí un cuarto para “compartir” de dulce de lecha granizado, chocolate blanco y arándanos. Otros pidieron Mascarpone.

Miri, el helado este no es muy bueno, dice. Te queda la boca así, agrega, y hace un gesto de pesada, como cremosa.

Lau, no entiende el por qué del helado con el frío invernal y dice: prefiero un Marroc.

Fer, se come el suyo en un segundo, sin crítica, y luego el de Miri, que tenía la boca cremosa.

Yo mientras tanto saboreaba, porque sí me gustaba y recordaba mis momentos en lo de Gabi.

sábado, 2 de julio de 2011

Caballito, Nino, Woody y el Helado.


“Alberdi 1157 6°A”

Hoy por esas casualidades estuve todo el día en soledad, los momentos con otros eran tan solo un espacio hacia otro, nuevamente, en soledad. Las palabras no salieron de mi boca pero tampoco, raramente, rebotaron en mis pensamientos.

Tenía muchas ganas de ir al cine a ver la nueva de Woody. Invité un par de amigos pero ninguno, finalmente, accedió. Entonces, a la tarde fui hasta el cine de La Pata y Rivadavia y saqué una entrada. Una única entrada. Feliz caminando a Villa Crespo.


Soy de la generación del ´80, en 1996 tenía 16 años y en ese año había decidido que todos los miércoles iba a comenzar a ir al cine y a comer solo. Como vivía en Caballito, mi destino era un pequeño cine de Rivadavia y Acoyte, Arteplex, o los grandes cines de Rivera Indarte.

Hay una noche de esas que siempre recuerdo. Fui al cine de Flores, un gran cine de barrio, a ver El Paciente Inglés. Una película que no solo dura tres horas sino que vive soledad o por lo menos así la recuerdo yo. Después, entré a Wendys y dado que no comía carne me decidí por una papa al plomo con queso crema y cebolla de verdeo que todavía veo.

Hoy, tomé un taxi y le dije: “avenida La Plata y Rivadavia”. Íbamos por Hidalgo y decidí bajarme y caminar hasta el cine. Había que hacer tiempo, entré a una librería. Miré todos los libros con la bufanda puesta y las manos en mis bolsillos.

Pasé por Persicco, no entré pero me acerqué a la puerta para mirar si publicitaban un gusto nuevo y así evitar la pregunta que odiosamente hago cada vez que llamo por teléfono para pedir a domicilio. Se relanzaba la mandarina. Un gusto que hacen todos los inviernos y que casi siempre que puedo y está lo adquiero. Al ver la pizarra recordé el post de la heladocracia. La discusión sobre el sambayón. Una Sonrisa apareció, hablaba con ella sobre el gusto de la adultez. Pensé en Carlos Nino y la idea de la autonomía personal. La defensa de la intimidad y concluí que la mandarina es excelente individualmente, una acción privada, pero no colectivamente porque violenta la autonomía de un tercero, sin duda implica una acción intersubjetiviva al conquistar los demás sabores. Riéndome, seguí caminando porque empezaban los cortos y todavía me quedaba por comprar un agua e ir al baño previo a sumergirme en Woody.

Octava fila derecha, 5 asientos. La chica que me acompaño al mío me indicó el tercero. Quedaron libres los dos de mi derecha y los dos de mi izquierda. Ambos, luego, ocupados por dos parejas. Nuevamente, sonreí. Agradecí que una de ella no tenía pochoclos. Woddy Allen no va con los pochoclos. El ruido es absolutamente molesto cuando lo que justamente tenes que hacer es escuchar diálogos y sonidos musicales.

La película no sé si es de las mejores del director pero me encantó. No la podía ver en mejor momento. Empezó con imágenes de París y una música que no dejaba espacio para otra cosa que no sea sumergirte en lo observado. Ahí hice una nota mental y un enojo: La nota: tengo que ir con Laura a París. Hay que juntar plata cuanto antes. El enojo: justo que en 15 días me voy a New York, este tipo me conquista nuevamente pero con la ciudad francesa, grité al compás que veía y escuchaba Cole Porter.

La película, la melancolía, todo tiempo pasado fue mejor, el amor, el presente. Salgo decidido a comer pizza gourmet en el Almacén de la Pizza pero pasé por la puerta de Burguer King y entré. Este año volví a comer en esas cadenas luego de más de 10 años de resistirlas. Fui a la caja, pedí la hamburguesa más grande que alguna vez tuve en mi mano. Segunda nota mental de la noche: no es para mi, sí para mi amigo Martín, pero no para mí. Me senté, comí mirando y pensando en todo lo que había pasado por mi cabeza durante el día. Miraba a las personas comer. Todos hablaban y yo en silencio. Tenía muchas ganas de contarles todo lo que aparecía en mí.

Restaba comer helado, no solo para terminar la noche correctamente sino para poder tener una excusa y escribir en el blog.

Il Trovatore es de las heladerías más famosas de Caballito y a la que yo iba de chico cuando tenía ganas de comer helado rico y volver caminando a mi casa con él. Sin embargo, el frio me detuvo- la adultez y su maldita prudencia. Entré a Gello, una heladería sobre Rivadavia al 4600. Compré un helado bien chiquito. Le hice un par de preguntas al heladero, tales como de qué consistían los gustos más raros. Especialmente el que se llama “Cualquier Cosa”. Pedí dos gustos conocidos y me fui. Me subí a un taxi y como me agarró la neurosis sobre mi imagen con helado y el frio, me vi necesitado de explicar al conductor que era amante del postre que tenía en la mano. Para ello introduje el conocido “¿hace frio, no?”.

Llegué a nuestra casa. Estoy feliz. Me voy a dormir.