domingo, 12 de abril de 2015

Francia, acá y allá


Vengo en bici desde un lugar que cuento más adelante, pongo música. Pienso: Puentes han pasado por el Sena y cantidad de aguas del Sena, han pasado por los puentes de París. Se empieza a escribir el post que debía, un post que cae al pedaleo de las calles.
Hoy, luego de casi un año y por un domingo especial, me siento a escribir sobre las heladerìas de Parìs. Cuento el contexto, luego París y sus helados.
Me despierto, pienso en algo que leí en revistas, diarios y webs que suelo leer sobre cosas de comidas y de bebidas. Hay una feria de comida francesa en el hipódromo. Pienso en ir. En ir a comer ahí, el domingo, previo a usar mi casa como despedida de una persona que en este tiempo comencé a querer, no sólo por su simpatía, diversión y excelente música, sino porque hace feliz a una Gran Amiga. Vuelvo….
Hablo con una familia de personas que adoro, les digo de ir, me dicen; estamos acá. Agarró la bici, ellos se están yendo. Les doy un beso a los cuatro (Simón, Isa, Juan y Leah) y entro a comer y recorrer. Mucha gente. Mi ansiedad no es una buena compañera cuando de filas se trata. Pienso en picar algo, comer hasta que encuentre lo que me den ganas. Pienso y encaro hacia un lugar que parece tener un combo perfecto: un budín salado y una pinta de cerveza fría. Camino con eso en la mano, miro los puestos, pienso en qué comer. No tengo ganas de hacer colas, ya ni hambre tengo. Quiero probar todo, el silencio de mi cerebro y el ruido ajeno me distraen felizmente.
Como ese budín de calabaza, luego como un pastel de papá, solo porque está el cheff mediático Christophe, rico pero nada de otro mundo. El budín más rico, dentro de todo. Pienso en comer helado. Veo a una chica comer y le pregunto dónde. Me dice: en la fábrica de chocolates. Me acerco, hay cola. Estoy dispuesto a hacerla pero sigo caminando para chusmear qué hay. Me encuentro con un puesto de Astor, restaurante al que hace tiempo tengo ganas de ir que queda en Colegiales. Veo que tiene helado de Tatin. Decido que ese será el lugar. Me encuentro con la prima de otra gran Amiga, Flor Sotelo. Una amiga de ella que no conozco, me dice: leo tu blog, y me enoja lo que decís de Tufic. Soy fanática de ahí. Le cuento que lo probé hace años largos, que recién abría y que debía ir de nuevo. Me intima a hacerlo. Nos reímos. Voy por el helado de Tatín de Astor. Antes veo un puesto de vinos franceses. Pido una copa de blanco. Lo tomo mientras espero pedir el helado. El heladero me cuenta, sin que le pregunte que sale humo porque lo hace con nitrógeno, lo que le permite hacerlo en el momento sin aditivos. Me siento porque mi mochila pesa un montón. Me pesan las mostazas, el queso y el casco. Un manjar. Manzanas dulces, no tan. Caramelo que no empalaga. El postre perfecto para ponerme de buen humor y pedalear hacia casa. Ahora, con esa excusa parís…..lo había escrito, pero nunca publicado, acá va….


Los recorridos de mi vida se marcan por los helados que como. Eso ya lo saben todas las personas que me rodean. No hay sentimiento, sensación que no haya sido compartida por ese manjar que me saca de angustias, que me ayuda a reír más, que acompaña en los momentos felices, que empuja hacia adelante. Muchas veces escribí sobre él. Una amiga hace poco me decía, no entiendo cómo algo que es tan cotidiano en tu vida, puede ser tan importante y ponerte de tan buen humor.
Lo recordé ahora cuando me siento a escribir sobre mis heladerías en París.

El primer día, caminé por y me senté por Saint Michel, pedí quesos, pan, manteca y cerveza. Apareció el Sena y la torre a los lejos. Luego, como si no fuera poca la felicidad, fui en búsqueda del primer helado: Berthilion, esperaba con sus puertas casi cerradas. Con pocos gustos porque según me indicó la encargada del lugar, cajera, van borrando los que no hay porque se hacen en el día. Pido uno. Algo así como pistacho e higos. Lo que me tentaba distinto. Probé frambuesa y un chocolate.  El helado otra vez me acompañaba en el inicio de la aventura. Los aventureros se cargan de agua, al inicio. Yo, ahora entiendo, debo comer helado al aventurarme.

Los días pasaban, veía en la plaza del Barrio Latino una heladería que siempre tenía gente. 
Un día me decidí, por esas cosas de los pensamientos y el mal humor, y fui a comer helado. La heladería se llamaba Amorino. Hacían una flor, con pétalos y todo, con los helados. Me pareció tan cursi y más en ese momento que me pedí un vaso, Chico. Pedí Tiramisu y Pistacho.


Otro día fuí a a Gelati Di Alberto. Pedí mascarpone. Genial. A esa heladería volví al irme y pedí mascarpone y Dulce de leche. Sí. el mismísimo. Le dije a la francesa que atendía que era un gusto de mi país. Ella ya lo sabía.
 Sin embargo, la heladería más típica, que condensa los manjares parisinos es Ladurée. Pedí  un helado de pistacho con macarons dentro.


El helado en París, no es gran cosa. La comida, los quesos, el vino y los crespes lo caracterizan.  


Fotos de algunas de esas cosas...acá van.








Hoy, acá en Buenos Aires, la feria de comida francesa. Felicidad. Pocas cosas me copan tanto como comer rico y lo que me gusta….siempre se termina con helado, de lo contrario, un vacío queda por dentro…. La última de las fotos es acá en buenos aires, hace un rato.

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