
Balance:
1. Cuál es la mejor heladería que probaste en el 2011?
2. Cuál fue el mejor relato de este blog del 21011?
Cinco meses, cinco kilos. Promedio un kilo por mes. No estoy embarazado pues sino estaría justificado. Busco las causas: no como galletitas en el trabajo, nunca. Almuerzo ensalada cotidianamente, no como mucho en mi casa. No tengo hábitos engordantes, sigo buscando. Me rehúso a pensar que se debe a los casi 40 post del blog. No creo que sea la causa, no quiero que sea la causa porque sino nunca lograré bajar de peso. El helado no se mancha, diría el diego. Ahora, sin embargo, puedo comentar una heladería más.
La zona norte, lo que llamamos la zona norte, nunca fue un ámbito que frecuente. Algunas veces iba a Vía Flaminia a comer el famoso cucurucho, otras veces a The embers a recordar la infancia de Callao y Santa Fé y otras a Alvear Abajo, cuando de cita iba la cosa.
El otro día fui a saludar a una amiga que tuvo una hija. Todo el mundo lleva medialunas, galletitas, budines, chocolates, etc. Yo llevo helado. Aproveché que queda cerca de una heladería famosa de la zona y me fui para allá. Arnaldo se llama. Me la habían nombrado muchas veces, la gente de la zona norte. Junto con Daniel, a la que nunca fui, dicen que es lo mejorcito de la zona.
El local, reformado afirman, se impone sobre la avenida Maipú. Un local amplio, con mil y un empleados. Todos vestidos con uniforme de heladería pretenciosa. Linda, me recuerda a Persicco. Blanca, asientos, sillones, clara.
Pedimos un kilo. Pregunto por muchos sabores pero me dicen que no le queda. Por dentro pienso: si en verano no tenes todos los gustos, cuándo. Pero no se lo digo y sigo consultando por nombres que no entiendo.
Pedimos dulce de leche granizado porque los especiales no los tiene. Pedimos, Sambayón granizado porque con almendras no tiene. Pedimos marcarpone porque me encanta. Pedimos chocolate suizo porque Split no hay. Así es la cosa, la mayoría descarte.
Comí con ilusión, la voz de muchas personas lo legitimaba. Pero, la verdad es que solo es barato, algo de 50 pesos el kilo. Todo sabe a heladería típica de barrio, nada especial dentro del pote. No entiendo porque la gente hace cola por ir ahí. Será porque es típica? Será porque es barata? Será porque les encanta?
El ambiente es lindo, la atención es cordial, más cuando hay más empleados que clientes, el lugar el amplio pero el helado normal. Todo me sabe a crema con gusto suave. Claro que no por eso dije, no gracias, no quiero más cuando el segundo potecito se había acabado.
Contacto: http://www.arnaldo.com.ar
Dicen que La Plata es la Ciudad de los helados. Con solo caminar por sus diagonales, los locales empiezan a aparecer. Unos lindos, otros no. Unos caros, otros no. Uno cerca de otro como si se tratara de la Warnes de los helados.
Dos abuelos esperan nuestra llegada. Costera Criolla nos lleva. Lau con Le Monde en la mano, yo con la Barcelona, ambos comprados en Retiro. Bajamos despacio porque el sueño le ganó al humor y empezamos a caminar. Luego del prejuicio y el posterior descarte de locales, compramos helado en una de esas heladerías: Plums, una típica de la zona, que al mismo tiempo representa otra etapa de mi vida.
Llegamos a la casa de Nely y Rubén, esa casa que uno llega y se siente como en su casa, como en la cada de los abuelitos de los cuentos. Comimos helado, mientras charlábamos de algunas historias conocidas aunque no por eso uno se cansa de escucharlas, de árboles genealógicos de Italia, del pasado de Rubén, de nombres pintorescos que se van poniendo de moda. De Mario, el padre de Nely, diputado socialista que escribía cartas a un amigo en Viena y de las cuales ahora soy heredero y guardo como un tesoro. El carácter de la abuela es conocido, no por ella sino porque me remonta a otras rubias de la familia. Aunque a ella, según dice, no le gusta mandar sino dirigir (dixit)
Al rato, como esta vez no comemos la ensalada de zanahoria decorada con nuez y pasa de uvas, seguimos tomando helado, luego mate con galletitas, mientras vemos los cuadros de otro de los artistas que tiene esa familia. Orgullo de los marcos que construye con sus 86 años. De los cuadros que pinta y re pinta. Del reciente alquiler de un departamento para retomar su amor por los colores, por las formas. Rubén nos muestra sus pinturas en su teléfono touch, que me hace sentir arcaico. Nely agarra mi teléfono y quiere ver una foto. Usa su dedo para pasarlas aunque ante la inminencia de nuestra risa, le decimos que mi teléfono no tiene esa modernidad.
Nely, esta vez no usa el microondas, aunque ella dice ser una cocinera veloz, mientras cuenta los segundos controlando el artefacto.
Ir allá es la paz, es el abrazo al llegar, es ver cómo a Lau se le iluminan los ojos. Es ver el oporto que este año tomaremos, cuando el invierno llegue. Es que me pregunten en el primer minuto que estoy por mis padres. Es irme y que me manden besos. Es chusmear con Nely que le gusta hablar, es mirar sus gestos que le gustan gesticular. Es ver fútbol con Rubén que es hincha de dos equipos que se fueron a la B.
Un sábado allá solo puede ser acompañado por un buen helado. Es el acompañamiento perfecto. Plums cumplió. Cuatro gustos, un heladero simpatiquísimo que nos hablaba y nos daba de probar. Probé dos, elegí cuatro.
Probé:
- Dulce de leche especial, bombones de chocolate rellenos con dulce de leche y salsa de chocolate. Excelente pero muy empalagoso. Especial para los que tienen tolerancia al dulce extremo.
- Crema de higos. Era un gusto que iba a pedir. El heladero me lo recomendó. Buenos pedazos de la fruta seca. Dulce pero no fuerte. Su parecido (aunque solo de color y estilo al Sambayón me lo impidió)
Luego pedimos:
- Sambayón. Dicen que era rico. No puedo decir nada y comparar mucho menos. No es algo que coma habitualmente.
- Dulce de leche granizado. Muy bueno. Dulce, ácido, buen color a dulce de leche moderno
- Milk choc. Crema amaricana con chocolate derretido. Siguiendo a RG, demuestra que es un buen helado. Su crema era rica. Dulce pero no tan, suave pero no tan.
- Chocolate blanco. Sin duda que se está convirtiendo en mi gusto de cabecera. Chocolate blanco sabroso, pedacitos que se mezclan y le dan crocante.
El kilo no es barato, para nada. Ochenta pesos. Pero lo vale, en La Plata lo vale, más desde que no está Ca'd'oro.
Contacto: http://www.plumshelados.com.ar/
El otro día volví a una heladería que marca un momento de mi vida adulta. Una heladería que marca varias cosas, mi lanzamiento profesional, a un grupo de amigos queridos, el amor y el odio al Congreso Nacional. El amor por lo que es, el odio por lo que debería ser.
Cuando salía del trabajo del despacho de MR, dentro de las tantas opciones que existían dos eran reiteradas. Una cerveza con Fede en el bar más feo de la zona pues el sueldo no daba para más o caminar hasta mi casa y pasar por la heladería Sorrento.
En ese lugar siempre me pasó lo mismo. La atención no era buena, el helado tampoco era gran cosa pero siempre estaba volviendo como vuelve el pelo con el rabo….
El camino consistía en caminar por Rivadavia e ir con helado en mano. No duraba más de dos cuadras pero ya se justificaba la compra.
El otro día volví a ir. No me trataron bien, tampoco mal. La relación con el heladero fue fría y distante. Pedí un helado, dos gustos y me fui.
Los gustos elegidos fueron: dulce de leche granizado y mascarpone.
La crema mascapone era rica, consistente, sabrosa y con los frutos rojos de color pasión y con pedazos de frutas.
El dulce de leche, es raro, no puedo decir que era malo, tampoco que era bueno. Tenía el gusto rico del dulce de leche de heladerías viejas. Un gusto suave pero conocido. Creo que me gusta la modernidad heladera. La prefiero antes de la crema de dulce de leche que es el dulce de leche en esas heladerías.
Un dato de color es que te sirven en el lado opuesto a la cuchara una oblea triaungular. Siguen el modelo viejo. Un barquillo para levantar y acompañar el helado.
Si andan por la zona, vayan, es típica, es rica y recomendable.
Dirección: Rivadavia 2051, CABA
Hace mucho que no paso por el Blog para escribir. Días movidos y de heladerías conocidas. Días de inicio o de culminación, dependiendo del ojo observador.
La semana pasada nació Santiago. Hablé del Torpedo y de mi amistad con el padre del bebé.
Esta semana, fui tío. Nació el hijo de un amigo/hermano. Una persona que hace muchísimos se ha convertido en una pieza fundamental en mi vida. Una persona con la que en un café de 10 minutos podemos sumergirnos en las charlas más intentas que se pueden lograr. Es el inició en la vida de Manuel, el inicio de la vida de padre de Ernest.
El bebé es hermoso, una cosa chiquita como su madre y padre. Un nene que seguro estará entrenado para decir una palabra en un horario determinado que nos echará de la casa. Como el “bue” de su padre. Un nene que cuando empiece a hablar seguro que será compinche con la madre y quien escribe para tomarlo de punto.
La banda, sí la banda de los miércoles, aquella que espera el día para juntarse y comer, cambió el sagrado día y el sagrado lugar para brindar y comer frente al sanatorio. Todos estábamos pensando en el bebé, en nuestro amigo y en nosotros mismos. La emoción se hizo presente.
No hablo de etapas culminadas en esta parte, para ahorrarle 10 años de terapia a Ernesto,
Otro inició/culminación. Presentamos un paper con Fede, otro amigo gigante. Compañero. Es la primera vez que me pasa que estoy completamente convencido de lo que escribimos. Se terminó el paper o por lo menos se está terminando pero creo que se comenzó con un camino de discusiones productivas de crecimiento. Un trabajo que por ahora nos está dando que hablar, discutir y entusiasmar. Nació un proyecto colectivo y de amistad.
Ayer, luego de la presentación del paper, me junté con el nuevo equipo de abogados y abogada que armará la cooperativa CENCU (Centro de Estudios Normativos sobre la Cuestión Urbana). Proyecto que va tomando forma y que paso por guiso de lentejas, asado, picada y ahora cenó en el Federal. El proyecto ya tiene ideas, ya tiene sueños. El proyecto incluye trabajar con la querida Laura, compañera generosa de conocimiento.
Así que ayer, luego de intensas discusiones sobre los programas alimenticios de la Ciudad, comí, caminé por la Avenida Independencia y con Valentini y Mauro, fuimos a Sumo.
“Un cuarto, por favor. Tres gustos”. Elegí rápido porque quería comer rápido, subirme a un taxi y llegar a casa. Mi cabeza estaba golpeada y segúia funcionando.
El helado era muy rico. Todos los gustos eran dignos. El dulce granizado tenía sabor a dulce granizado. Respetuoso del sabor del dulce, presente el chocolate. No cremoso, no al agua. Muy rico.
El Chocolate blanco, cremoso en su justa medida, blancos chocolates en su interior. Manteca con cacao y azucar.
El de agua para bajar el sabor, fue a recomendación del heladero. Frutos Rojos. Este si bien era rico, me empalagó. Sí, todo un chiste. El de agua me empalagó.
Llegué a casa y le dije a Lau, que esperaba despierta. Tengo miedo, las cosas me están saliendo muy bien. Seguro que pronto me voy a morir. La risa duró mucho tiempo. Me fui a dormir feliz y molestando a la compañera como siempre.
Una excepción. Sí, hablaré de algo llamado helado pero debería ser agua con gusto y colorante. La excusa, Santi!
Ya mencioné que solía ser fanático de River. Iba a la cancha cotidianamente, los miércoles, los domingos, de local, de visitante. Mi compañero era Cotto. Sin duda que mi adolescencia está marcada por esa amistad. Dos o tres veces por semana comíamos juntos, charlábamos, yo dormía en su casa porque quedaba cerca de la cancha y tomábamos helado en el Piave o Freddo.
En la cancha, cuando el calor asediaba, buscábamos sin parar al heladero, al que vendía coca, a todos. En invierno era el cafecito. El heladero vendía un palito de agua de frutilla o limón. El famoso Torpedo. Domingo de verano, remera en la mano, el helado se imponía. Dos cada uno, casi siempre. Era un sentimiento de felicidad. Frescor como pocas cosas. Usualmente la mano quedaba del color del helado, su agua caía sin preguntar ni pedir permiso. Era un símbolo de la cancha, era una rutina de amigos.
Con los años fuimos adecuando nuestra amistad al paso del tiempo. Ya no voy más a la cancha. Cuando River se fue a la B, el se castigó en soledad con dos hamburguesas de 4 pisos en Mc Donald, cuenta la historia oficial. Los jueves cenamos juntos en una parrilla, a veces suspendemos pero cuando se hace comemos en Los Nietos, comemos mucho, tomamos vino y sigue todo como cuando chicos. Linda cena con Agus y Misa.
Hoy nació Santiago, un nuevo sobri, mi amigo fue padre y flor, amiga, fue madre. Seguro que el niño tendrá un conflicto: River como el padre, Cuervo como la madre y abuelos.
Mañana visita al Otamendi. Mucha emoción. Un niño más entre mis amigos. Martín y Flor, felices.
Este año concluí(mos) que mi proceso de terapia finaliza. El proceso fue, es y sigue siendo angustiante. La adultez se impone y no hay nada que anteponer para dejar el espacio de la primera adultez.
Recién pensando en otra cosa, se me apareció que nunca comí helado en terapia. Creo que si lo hubiera hecho las conclusiones habrían aparecido mejor y más rápidamente. Será cualquier cosa lo que estoy diciendo? Estará mal llevar un cuarto o tres kilos en la última sesión?
Si lo hago, obvio que tendré que dejar el diván porque me caerá decididamente mal comerlo acostado en un ángulo de 180 grados. Quiero la última sesión dejar el diván?
Sigo con lo que estoy haciendo, no leo para arriba porque sino creo que no lo publico.
Me lo mandó mi gran amiga B! como dijo ella: "si el helado es como la Heroína, este blog es más Rock and Roll"
CUKMI: ¿Y en qué medida comer o no comer grasas puede inducir o prevenir la depresión?
Comer un helado es como una inyección de heroínaGARY: Comer alimentos ricos en grasas induce la liberación de endógenos –químicos similares a la morfina– en el cerebro, por lo que comer un helado es como una inyección de heroína. Si estabas deprimido antes de comerlo, no lo estarás después. Cuando comemos de más, almacenamos el exceso de calorías en forma de gotas de grasa en nuestras células grasas. A medida que estas células se agrandan y se llenan, fabricamos más, que luego llenamos con más gotas de grasa. Las células de grasa no están inactivas, sino que liberan sustancias químicas que al entrar en el cerebro afectan el estado de ánimo. Por eso es que las personas obesas tienden a sufrir más de depresión, y además no responden bien a los medicamentos antidepresivos en comparación con las personas delgadas. De forma esporádica, las células de grasa también liberan endógenos similares a la marihuana que inducen a comer de forma compulsiva. En consecuencia, por lo general comer alimentos grasos induce una cierta euforia aguda pero en última instancia provoca depresión.
http://cukmi.com/comer-un-
Desde los 14 años hasta los 18 un gran amigo dormía en mi casa porque salíamos por capital y él vivía en San Isidro. Era el ídolo de mis viejos porque al otro día se despertaba muy temprano, salía solo dado que tenía llaves y se iba en el colectivo hasta su casa. Un viaje de dos horas más o menos.
La cama de los sábados estaba preparada. Era un clásico feliz. Conversábamos sobre amores adolescentes, escuchábamos música y fanáticamente jugábamos a lo que era el juego del momento: PC futbol. Luego salíamos a bailar a la Matiné y luego a tomar algo. Cuando la noche estaba por terminar y las 11 de la noche nos encontraba en la calle, íbamos a un teléfono público y marcábamos de memoria el teléfono de Freddo. Había que hacerlo antes de las 12 porque sino la moto se convertía en calabaza y nos quedábamos sin helado para seguir jugando y charlando. Así, pedíamos helado. Nos tomábamos un taxi y llegábamos para esperar al repartidor. Todos los sábados, todos, era la rutina.
Este amigo, Ari, se casa. Como viaje de despedida de solteros nos fuimos con otros amigos a Mendoza por una semana. Alquilamos una quinta, comimos asado hasta el hartazgo (cuenta la historia que al tercer día cuatro varones carnívoros comieron verduritas a la parilla).
Una semana de relax en el medio de la locura laboral. Felicidad adolescente: charlas con eze antes de dormir, un balde de agua al que se casa, no dejar dormir por la luz prendida, canciones inventadas cual niños, unas termas, unos masajes, una quinta perfecta, charlas de política, de fútbol y por sobre todo una pelota que rebotaba continuamente. Fútbol tenis, a que no se caiga, etc. Todo con la pelota. No se puede dejar de mencionar una tarde “palmeril” en la que charlé sin parar y sin poder sacar la sonrisa de la cara con el proto casado.
Una noche nos fuimos al centro de Mendoza. Una cerveza que no duró más de 1 hora y volvimos a la quinta. Nuestro lugar. Antes pasamos por una heladería que parece ser famosa por esas tierras: Feruccio Sopelsa.
Entramos pedimos helado. Yo pedí un cuarto. Tres gustos, luego de mirar toda la oferta. Adelanto el final, no lo pude terminar. Eso da un indicio de cuánto no me gustó.
Pedí dulce de leche granizado, vainillas al malbec y maracuyá.
El dulce granizado, malísimo. Pura crema sin gusto, las vainillas al malbec no merecían ser vendidas en la tierra del vino y el maracuyá, poca pasión.
Sinceramente, lo único que me queda de esta heladería es el recuerdo de mi grupo de amigos de la adolescencia y la historia del helado antes que se convierta en calabaza.
En esta oportunidad no calificó la heladería. No tenía ganas de registrar el sabor amargo de ese local. Quería recordar mi adolescencia, mi secundaria y mi grupo de amigos de ahí.
Contacto: http://www.fsoppelsa.com.ar/