Llegamos a los platitos con mi amiga Gabriela Solari. Tenía
hambre, sin embargo, al entrar al local
pasé a la segunda etapa. Estaba famélico, el olor a la carne asada más la
espera me generaban dos necesidades y ansiedades. La primera, comer todo lo que
me pusieran frene a mis ojos. (nota mental: me quedé con ganas de provoleta).
La segunda, tiene que ver con mi lado infantil y ansioso, deseaba que alguien
me pregunte quien es el último esperando para sentarse en la barra. Quería
gozar a alguien de que era el último y no nosotros. Además esa respuesta
lograba que esté menos ansioso porque ya no era el fin de la cola. Al sentarnos,
ya sabíamos que comeríamos. Yo estaba feliz. Me dijo: “estás feliz como un
niño”. Morcilla, chorizo, ensalada y bondiola.
Y kilos de pan calentito. Confieso que cuando el mozo se llevo la panera
que estaba completa lo miré mal y mi pensamiento neurótico que expresé en voz
alta fue: “habrá visto una cucaracha?” Él que entendió que lo miré con aires de
incomprensión, me explicó que traía más panes calentitos. La felicidad se
adentró en mí. Necesitaba seguir comiendo. Nunca como mucho pan. No es mi
costumbre pero recordé mi infancia, todos los mediodías, en la cantina
cervantes con Mariano y nuestras madres. (Nota mental: recordar con Marian,
nuevamente, concretar la cita que planeamos. Ir a comer con nuestros padres a
esa cantina. La propuesta de ir con nuestras madres, cual doble cita edípica,
creo que la descarto nuevamente. Las adoro a ambas pero creo que esa situación
puede llevarnos a terapia por 15 años más). En fin, vuelvo a los platitos….La
comida fue acompañada con vino de la casa y agua. Simplemente Genial el
almuerzo. Rico y barato. Muy barato.
De ahí a caminar al sol y charlar porque había que descansar
el cuerpo, para luego cumplir con la promesa de ir a comer helado a lo de
Roxana. Agarramos el auto, música fuerte, conversación de fondo y emprendimos
la aventura. Flores el barrio al que íbamos.
Llegamos y la magia comenzó. No exagero cuando hablo de
magia. “Hola, qué tal? Está Roxana”. Sale ella detrás de la cocina. “Hola. Ella
es mi mamá, mi marido, hijo, hija, y demás integrantes del hogar”. Toda la
familia simpática, divertida y acogedora. Una dulzura increíble. Comenzamos a
charlar y nos ofrecieron helado de degustación.
Empezamos por los frutales. Nos ofrecieron cuartos, le dije
que no porque tenía pensado probar todos y prefería comer un poco de cada cosa.
Que de lo contrario, me moriría de dolor de panza.
Primero, mango, limón, pomelo rosado y frutilla. Nos contó
que todos los hacen con productos de verdad, “como hay que hacerlos, nada de
esencias” Frase que incluyó el gesto de machacar el mango.
El limón, acido y
justo. La frutilla ese sabor universal magnifico (segunda nota mental: recordé
cuando en un cumple familiar se sopa la velita y como un mal criado por sus
hermanas y madre, robo o roban por mi las frutilla de decoración porque desde
chico amo esa fruta y no como tanto las toras).
Vuelvo...el Mango, no es joda. No es broma, no es posible
que sea tan exquisito. Glorioso. Tal vez, uno de los mejores helados de fruta
que probé en mi vida. Yo hablaba con la gente, con la familia y Gabriela,
colgada de mi fama, me lo robaba, tan pero tan alevosamente que hasta Roxana se
lo marcó. Nos reímos todos!!! El pomelo, no me gusta mucho como fruta pero este
helado era sabroso.
De ahí al plato fuerte, los pesados. Comenzamos por
chocolate con sal marina (grandioso), dulce de leche, sabayón con almendras,
chocolate blanco, tiramisu, mascarpone,
maracuyá a la crema, dulce de leche granizado, manjar blanco (increíble
combinación de coco, cardamomo, dulce de leche natural y merenguitos).
Probé muchos más, me quedé con ganas del pepino con menta,
de la palta y del sésamo que no tenía esta semana. Me contó que el buen helado
artesanal, no debe ser servido con más de una semana de hecho, que pierde su
potencial. Me enamoré, aun más, del helado. No sólo es un placer enorme
comerlo, sino que cuando uno observa el amor con lo que lo hacen
artesanalmente. Aprendí, que el helado
tiene que estar a una temperatura justa, ni muy frio, ni muy derretido.
Hablamos de todo con toda la familia, de comidas,
restaurantes, heladerías, gustos que me interesaban de otros locales y que son
buenas (nota mental: me dieron ganas de comer carne a la cacerola porque la
madre de Roxana dice que es su especialidad
y me tentó).
Me fui feliz, gran día el de ayer, el anterior fue con Jazz
y negronis en Verné.
De ahí a comer un sandwichito de queso, muy chico, con agua
y a dormir a las 22.30. Hoy, la
felicidad de recordar un gran día!
No hay comentarios:
Publicar un comentario