Vengo en bici desde un lugar que cuento
más adelante, pongo música. Pienso: Puentes han pasado por el Sena y cantidad
de aguas del Sena, han pasado por los puentes de París. Se empieza a escribir
el post que debía, un post que cae al pedaleo de las calles.
Hoy, luego de casi un año y por un
domingo especial, me siento a escribir sobre las heladerìas de Parìs. Cuento el
contexto, luego París y sus helados.
Me despierto, pienso en algo que leí en
revistas, diarios y webs que suelo leer sobre cosas de comidas y de bebidas.
Hay una feria de comida francesa en el hipódromo. Pienso en ir. En ir a comer
ahí, el domingo, previo a usar mi casa como despedida de una persona que en
este tiempo comencé a querer, no sólo por su simpatía, diversión y excelente
música, sino porque hace feliz a una Gran Amiga. Vuelvo….
Hablo con una familia de personas que
adoro, les digo de ir, me dicen; estamos acá. Agarró la bici, ellos se están
yendo. Les doy un beso a los cuatro (Simón, Isa, Juan y Leah) y entro a comer y
recorrer. Mucha gente. Mi ansiedad no es una buena compañera cuando de filas se
trata. Pienso en picar algo, comer hasta que encuentre lo que me den ganas.
Pienso y encaro hacia un lugar que parece tener un combo perfecto: un budín
salado y una pinta de cerveza fría. Camino con eso en la mano, miro los
puestos, pienso en qué comer. No tengo ganas de hacer colas, ya ni hambre
tengo. Quiero probar todo, el silencio de mi cerebro y el ruido ajeno me
distraen felizmente.
Como ese budín de calabaza, luego como un
pastel de papá, solo porque está el cheff mediático Christophe, rico pero nada
de otro mundo. El budín más rico, dentro de todo. Pienso en comer helado. Veo a
una chica comer y le pregunto dónde. Me dice: en la fábrica de chocolates. Me
acerco, hay cola. Estoy dispuesto a hacerla pero sigo caminando para chusmear
qué hay. Me encuentro con un puesto de Astor, restaurante al que hace tiempo
tengo ganas de ir que queda en Colegiales. Veo que tiene helado de Tatin.
Decido que ese será el lugar. Me encuentro con la prima de otra gran Amiga,
Flor Sotelo. Una amiga de ella que no conozco, me dice: leo tu blog, y me enoja
lo que decís de Tufic. Soy fanática de ahí. Le cuento que lo probé hace años
largos, que recién abría y que debía ir de nuevo. Me intima a hacerlo. Nos
reímos. Voy por el helado de Tatín de Astor. Antes veo un puesto de vinos franceses.
Pido una copa de blanco. Lo tomo mientras espero pedir el helado. El heladero
me cuenta, sin que le pregunte que sale humo porque lo hace con nitrógeno, lo
que le permite hacerlo en el momento sin aditivos. Me siento porque mi mochila
pesa un montón. Me pesan las mostazas, el queso y el casco. Un manjar. Manzanas
dulces, no tan. Caramelo que no empalaga. El postre perfecto para ponerme de
buen humor y pedalear hacia casa. Ahora, con esa excusa parís…..lo había
escrito, pero nunca publicado, acá va….
Los recorridos de mi vida se marcan por
los helados que como. Eso ya lo saben todas las personas que me rodean. No hay
sentimiento, sensación que no haya sido compartida por ese manjar que me saca de
angustias, que me ayuda a reír más, que acompaña en los momentos felices, que
empuja hacia adelante. Muchas veces escribí sobre él. Una amiga hace poco me
decía, no entiendo cómo algo que es tan cotidiano en tu vida, puede ser tan
importante y ponerte de tan buen humor.
Lo recordé ahora cuando me siento a escribir
sobre mis heladerías en París.
El primer día, caminé por y me senté por
Saint Michel, pedí quesos, pan, manteca y cerveza. Apareció el Sena y la torre
a los lejos. Luego, como si no fuera poca la felicidad, fui en búsqueda del
primer helado: Berthilion, esperaba con sus puertas casi cerradas. Con pocos
gustos porque según me indicó la encargada del lugar, cajera, van borrando los
que no hay porque se hacen en el día. Pido uno. Algo así como pistacho e higos.
Lo que me tentaba distinto. Probé frambuesa y un chocolate. El helado otra vez me acompañaba en el inicio
de la aventura. Los aventureros se cargan de agua, al inicio. Yo, ahora
entiendo, debo comer helado al aventurarme.
Los días pasaban, veía en la plaza del
Barrio Latino una heladería que siempre tenía gente.
Un día me decidí, por esas cosas de los
pensamientos y el mal humor, y fui a comer helado. La heladería se llamaba
Amorino. Hacían una flor, con pétalos y todo, con los helados. Me pareció tan
cursi y más en ese momento que me pedí un vaso, Chico. Pedí Tiramisu y
Pistacho.
Otro día fuí a a Gelati Di Alberto. Pedí
mascarpone. Genial. A esa heladería volví al irme y pedí mascarpone y Dulce de
leche. Sí. el mismísimo. Le dije a la francesa que atendía que era un gusto de
mi país. Ella ya lo sabía.
Sin embargo, la heladería más típica, que
condensa los manjares parisinos es Ladurée. Pedí un helado de pistacho con macarons dentro.
El helado en París, no es gran cosa. La
comida, los quesos, el vino y los crespes lo caracterizan.
Fotos de algunas de esas cosas...acá van.
Hoy, acá en Buenos Aires, la feria de
comida francesa. Felicidad. Pocas cosas me copan tanto como comer rico y lo que
me gusta….siempre se termina con helado, de lo contrario, un vacío queda por
dentro…. La última de las fotos es acá en buenos aires, hace un rato.
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