Llega el horario del almuerzo, dejo que todos se vayan a
comer y vuelvan. Salgo a caminar, a buscar sandiwhitos de miga, no consigo o,
sinceramente, ni busco. Me siento en el bar el británico en silencio, solo,
pido un árabe de jamón y queso y un café doble. Miro por la ventana,
melancólico, neurótico, veo la heladería que siempre encuentro cerrada con las
persianas altas, pienso que no debería porque el almuerzo había sido abundante
y no tenía espacio para el helado. Nuevamente, cruzo la calle y compro. Otra contradicción
más. Pido un vaso chico, me corrijo, pido uno mediano. Pido dulce de leche
granizado, pido probar ricota con miel, le digo al vendedor entrado en años que
es rico, me contesta que sí (me divierte su respuesta, me rio por dentro), pido
frutilla al agua. Me voy caminando, pruebo la fruta y me digo, que quien me
había recomendado esa heladería estuvo oportuno, sigo caminando por la calle y
sigo con el dulce de leche granizado. Pienso que es un manjar. Pienso en que voy
a extrañar el dulce de leche. Sigo caminando por la calle y tiro la cuchara,
cosa que nunca hago, me obligo a comer el vaso, cosa que nunca hago, porque el
vaso tenía casi todo el dulce servido. Como todo el helado, vuelvo al trabajo
de mejor humor. Veo gente que vale la pena laburando contenta, me pongo
contento. El día mejora. Yo sigo queriendo ser heladero.
Contacto: Heladería Florencia, Esquina de Parque Lezama
Me tenes que llevar a probar el sambayon! Ese es un gusto adulto...
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