Hay días en los que se me cierran los
ojos. Esos días, en donde no puedo caminar sin pensar que me voy a chocar con
alguien en la calle. Esos días, en los que el mal humor me gana, me siento en
el teclado en silencio mental y con música de fondo. Pueden estar hablando a
mis costados, hablándome a mí, que nada me introduce en sus mundos.
Así, hoy me siento a escribir en lo que
por tres días sucedió la semana pasada. Sobre la experiencia de comer helado en
Colonia, en una nueva, corta e interesante expedición. Para mi viajar, sea
donde sea, cerca, lejos, es una experiencia sobre todo gastronómica. Antes de
ir pienso en lugares para comer, lugares para tomar helado, tomar ricos tragos
o vinos. Colonia, no me ofrecía, a priori, una heladería rica, distinta a
Freddo. Arco Iris, no me copa y los sándwich helados de Conaprole, que amo y me
recuerdan mi infancia, no se consiguen. Sabia que me tomaría una Pilsen, que
compraría Canarias y que intentaría comer una pizza, aunque no hay como la de
Manchester en Montevideo.
Con Gabriela Solari fuimos a ese espacio
uruguayo, donde existen, como mínimo tres monedas de uso corriente (dólares,
pesos argentino y uruguayos). Lo habíamos decidido hace unas semanas,
borrachera mediante en la Barra de Verne. Días después, sin efectos etílicos,
sacamos los pasajes.
La Casa de los Limoneros nos esperaba.
Sergio- su dueño- con un cartel, decía buen día y se reía de nuestra ropa
veraniega. Decía, con su simpatía irónica- que bordeaba el bardeo-, chicos, qué
esperaban que suceda. Es invierno/otoño y van a una casa de campo. Nada
podíamos decir, porque mucho no pensamos, creo.
Colonia fue la excusa de conocernos, no
me quedan dudas, creo que si nos depositaban en Colon, Colombia, San Pedro o lo
que sea, hubiese sido lo mismo. Charlamos por horas, tomamos mucho vino,
comimos, hicimos silencio, tomamos mate, hablamos, escuchamos y por sobre todo,
estuvimos ausentes de otros mundos cercanos. No existía el tiempo, factor que a
los ansiosos/as nos inquieta.
El segundo día, previo tomar mate en la
playa, andar en bici, tomar vino, comer limones del los árboles, a la noche y
luego de un chivito (confirmé que no me gusta), pizza y vino, fuimos a la
heladería que había visto unos días antes. Se llama Bortolot, Pedimos dos vasos
medianos. Comenzamos a charlar con el heladero y Gabriela le dice: el lunes va
a ser jurado del concurso de helados. El sr, con su simpatía uruguaya, puso
cara de qué bueno, pero nada le importó menos. Pedimos, sin quererlo - no hablo
de destino, de conexiones sino meramente escucha de la recomendación del
heladero- dulce de leche granizado y sambayón. No había muchos gustos. En
Colonia, como en todo Uruguay de racionalizar se trata. La abundancia no es
típica de los orientales.
Al pedir Sambayón recordé a mi amigo
Ernesto que siempre que hablamos de helados, me dice, y ya creciste y te gusta
el sambayón?. Al tiempo de comer helado, nos sacamos foto, comiendo helado,
sacamos fotos al local, y por sobre todo, lo degustamos, En poco tiempo yo me
lo había terminado, y salimos a caminar por la ciudad. Ella con su helado en la
mano y el frío en los costados. Yo la envidiaba un poco, no me animé a pedirle
si me lo regalaba, pero lo pensé.
El Sambayón Bortolot era genial. Se
sentían los frutos secos, se sentía el sabor real, se sentía la cremosidad y su
textura era cremosa en su justa medida. Ahora que soy jurado en helados, puedo
hablar de texturas, estructuras y sabores.
El DDL, no era de la calidad del
anterior, pero sin dudas el mejor de Colonia- sin contar Freddo, claro-. Mucho
mejor que Arco Iris, la típica de Colonia, que había probado años atrás.
Me quedé con ganas de probar más gustos,
de saborear tantos que ofrecía la pizarra pero que tenían puntito azul a su
costado. Puntito que significaba que no había stock. Eso es meramente culpa de
la gente que piensa que el helado es cosa de verano. Misma gente que luego en
verano, con 40 grados, toma un mate caliente. La incoherencia me hace enojar.
Dije que esos días, como hoy, estoy de mal humor.
Con el frio del helado, a tomar Grappa de
Tannat al Buen Suspiro. Riéndonos de lo fuerte de esa bebida, yo me la tomé de
una. Ella, dijo, no, no, el alcohol puro. Me tenté con la segunda copa pero
decidí dejarla. Ya era muchos vicios por un día.
Así terminó Colonia, al otro día. Muchas
sorpresas- otras expectativas cubiertas- me llevo de esa escapada. Una
importantísima: hay heladería rica, para ser feliz en ese pueblo colonial.
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