Un pequeño TESTIMONIO. va sin relectura,
porque los ojos se mojan, pero quiero contarlo.
El sábado me junté con un amigo que vive
mi vida a la par, tengo 34 y lo conozco hace 32. Hablamos como siempre de todo.
Pensamos de dónde venimos, de qué clase de familia y cómo de esa familia
nosotros nos volvimos quiénes somos, sin saber muy bien qué, ni quiénes pero lo
que pensamos que somos. Cada uno reflexionó sobre eso. Hoy, por esas cosas,
está charla volvió a mi. Pienso soy feminista, abogado de derechos humanos,
profesional, y vengo de una familia que supuestamente nada que ver. El asunto
que es que ahora me dieron ganas de escribir, de contarle al mundo algunas
cosas que pienso. Soy producto de mi viejo y mi vieja, producto de lo que hice
con ese material, producto de análisis. Producto de TESTIMONIO. Ese lugar,
donde quienes lo transitan, me conoces desde que era rubio y tenía rulitos,
donde me dormí siestas, con la ropa que mis padres tiraban al suelo, al costado
del escritorio, ropa que era de otras temporadas pero para mi eran el lugar
calmo, donde descansar de la escuela, de jugar en la fábrica, de charlar con los
empleados y empleadas que me daban los gustos como si fuera un sobrino, un hijo
o un nieto. Donde me confeccionaban mis camisetas de futbol en miniatura para
colgarlas de la pared, de todos los equipos. Donde comía comida turca y me
llamaban Isaaquito para que me enojará, donde comía sándwich de tortilla de
papa con Mario quien los vendía en un carro en la calle, donde iba a que mi
hermana mayor me mime.
Ese lugar me acobijo, fui parte cuando
necesitaba trabajar y estudiar. Donde mis padres nunca me dejaban olvidar que
era un lugar de paso hacia mi felicidad, hacia mi sueño. Cuando uno se lo
olvidaba, el otro se lo recordaba. El viernes ese lugar que permitió que mis
padres sean felices, puedan darnos todo lo que ellos creían que necesitábamos,
los caprichos, donde salía el dinero para mis helados, para mis vacaciones,
para mis estudios cuando yo no trabajaba, cerrará sus puertas. Ese espacio
donde me daban los gustos, donde trabajé como cadete del cadete que quería como
familiar. Todo sucedía en ese barrio que sin dudas me parece el barrio más feo
de la Ciudad. Once. Donde la turquedad me espanta, pero de donde vengo. Donde
me crié con una frase no típica para ese mundo: con los trapos no te metas, me
decían. Con los trapos no me metí, estudié, hago lo que amo, mis viejos me
bancaron, escucharon mis sueños, mis enojos burgueses, mi feminismo. Todo salió
del esfuerzo de ellos, de mi viejo y de mi vieja. El otro día desarmamos ese
espacio con dos de las personas que más quiero en mi vida. Mis hermanas. Charlamos,
yo me emocioné, recordé cómo me gustaba dormir en el suelo en el medio de la
ropa. Como era volver a casa con mi mamá y papá. A partir de ahora, una nueva
era comienza. Una era sin testimonio, pero con la historia de que de ahí
salimos, mis hermanas y yo. Bien distintos los tres. De ahí charlé con mi
amigo/hermano. De ahí, así de turcos salimos, así lejos pero cerca estamos.