Si me sentera a escribir sobre los helados Daniel, no puedo
dejar de escribir sobre los prejuicios. Me debería sentar a escribir sobre la
zona norte, sobre mis chistes, sobre las perlas, sobre el running, sobre los
autos, sobre el Uni y la Pana. Me debería sentar a escribir sobre la diversión
y por sobre todo, sobre ciertas personas que hoy son importantes en mi vida
pero que no las quise para nada por propiedad transitiva y cada charla inicial
estuvo marcada por prejuicios o juicios prematuros.
Me sentaría a hablar sobre tres personas que se ríen de mi
neurosis. Una me llama Woody, otras dos leyeron Zeno y veían el personaje en
mi. Una de las últimas, con sus amigas, me denomina Little Woody.
Hace pocos en un cena atípica comimos en mi departamento. Les
cociné, felices de recibirlas. A las tres personas que no tenía motivos para
querer, ni ser amigos. Los prejuicios eran los que se apoderaban de cada charla
hasta conocernos. Uno pensaba una cosa, otras otra.
Con el tiempo, nos fuimos conociendo hasta comprarme los
cafés que me gustaban para invitarme a merendar. Se reían conmigo, de mi y yo
de ellas. Nos reímos. Armaron un equipo que por momentos me invitaba a pasear.
El helado Daniel, deja de desear, es literalmente feo. No como estas tres personas. Si hablamos de
los gustos de la heladería son artificiales. Salvo la crema americana, diría
una de ellas, la misma que me atacaría sobre mi rol de catador de helado y mi
autoridad sobre ello. Otra me defendería por ser lectora del blog, otra se
reiría de la pelea tonta.
Se reían, como siempre, de mi vida woolyanesca, pensarían
que soy un loco, que me gustan los helados demasiado, que soy exagerado, que
soy un persona. Yo les diría, y Boston????? a cada una de ellas.
En fin, contra todos los pronósticos, comieron helado en mi depto. Las recibí, nos reímos, tomamos y nos reímos más.
En fin, de verdad, a estas tres que prejuzgue, que me
prejuzgaron, las invitaría un helado de freddo en mi casa muchas veces