jueves, 30 de octubre de 2014

Testimonio de mil helados

Un pequeño TESTIMONIO. va sin relectura, porque los ojos se mojan, pero quiero contarlo.
El sábado me junté con un amigo que vive mi vida a la par, tengo 34 y lo conozco hace 32. Hablamos como siempre de todo. Pensamos de dónde venimos, de qué clase de familia y cómo de esa familia nosotros nos volvimos quiénes somos, sin saber muy bien qué, ni quiénes pero lo que pensamos que somos. Cada uno reflexionó sobre eso. Hoy, por esas cosas, está charla volvió a mi. Pienso soy feminista, abogado de derechos humanos, profesional, y vengo de una familia que supuestamente nada que ver. El asunto que es que ahora me dieron ganas de escribir, de contarle al mundo algunas cosas que pienso. Soy producto de mi viejo y mi vieja, producto de lo que hice con ese material, producto de análisis. Producto de TESTIMONIO. Ese lugar, donde quienes lo transitan, me conoces desde que era rubio y tenía rulitos, donde me dormí siestas, con la ropa que mis padres tiraban al suelo, al costado del escritorio, ropa que era de otras temporadas pero para mi eran el lugar calmo, donde descansar de la escuela, de jugar en la fábrica, de charlar con los empleados y empleadas que me daban los gustos como si fuera un sobrino, un hijo o un nieto. Donde me confeccionaban mis camisetas de futbol en miniatura para colgarlas de la pared, de todos los equipos. Donde comía comida turca y me llamaban Isaaquito para que me enojará, donde comía sándwich de tortilla de papa con Mario quien los vendía en un carro en la calle, donde iba a que mi hermana mayor me mime.


Ese lugar me acobijo, fui parte cuando necesitaba trabajar y estudiar. Donde mis padres nunca me dejaban olvidar que era un lugar de paso hacia mi felicidad, hacia mi sueño. Cuando uno se lo olvidaba, el otro se lo recordaba. El viernes ese lugar que permitió que mis padres sean felices, puedan darnos todo lo que ellos creían que necesitábamos, los caprichos, donde salía el dinero para mis helados, para mis vacaciones, para mis estudios cuando yo no trabajaba, cerrará sus puertas. Ese espacio donde me daban los gustos, donde trabajé como cadete del cadete que quería como familiar. Todo sucedía en ese barrio que sin dudas me parece el barrio más feo de la Ciudad. Once. Donde la turquedad me espanta, pero de donde vengo. Donde me crié con una frase no típica para ese mundo: con los trapos no te metas, me decían. Con los trapos no me metí, estudié, hago lo que amo, mis viejos me bancaron, escucharon mis sueños, mis enojos burgueses, mi feminismo. Todo salió del esfuerzo de ellos, de mi viejo y de mi vieja. El otro día desarmamos ese espacio con dos de las personas que más quiero en mi vida. Mis hermanas. Charlamos, yo me emocioné, recordé cómo me gustaba dormir en el suelo en el medio de la ropa. Como era volver a casa con mi mamá y papá. A partir de ahora, una nueva era comienza. Una era sin testimonio, pero con la historia de que de ahí salimos, mis hermanas y yo. Bien distintos los tres. De ahí charlé con mi amigo/hermano. De ahí, así de turcos salimos, así lejos pero cerca estamos.

viernes, 10 de octubre de 2014

Tabak y como dejar la vainilla

Nico Tabak comió un helado y me dijo que tenia que contarme su experiencia. Me lo dijo por wapp. Le contesté: no sigas, no sigas, escribilo y lo subo al bllog. Acá el genial resultado:
Porque las cosas cambian y 30 años no son (casi) nada
Aquello ocurrió la tarde del pasado 8 de octubre, fecha de nacimiento de un importante referente de la política argentina y día del guerrillero heroico en homenaje a otro gran referente y romántico de la política internacionalista. Me encontraba sentado en un banco del Parque Rivadavia a la espera de que una amiga me acompañe a comprar una lámpara para el living. Sentado alrededor del gran ombú que luce el parque recibí su mensaje de demora. Con 20 minutos por delante decidí cruzar la mítica Avenida Rivadavia y tomarme un café en un barcito típicamente porteño linguneando a esa recién llegada cadena norteamericana que lo único que le veo de bueno es su nombre que me recuerda a unos de los capitanes de Moby Dick. Ya del otro lado de la calle, tuve la idea repentina de modificar la merienda y me dirigí hacia la heladería famosa que curiosamente lleva también el nombre de un dirigente político aunque de nuestros días. Al no ser muy habitué a lo dulce, pedí un tamaño mediano, pagué, recibí el ticket y me dirigí a la barra a elegir los gustos. Bueno decir elegir y aquí comienza mi historia puede no ser lo correcto porque desde que tengo recuerdo jamás he modificado los sabores: dulce de leche abajo y vainilla (o a lo sumo crema americana) arriba. El caso era que el ritual exigía que el empleado me pidiera el ticket y me preguntara por mi “elección”, y que yo mire respetando mi propio ritual como quien mira en un aeropuerto la cartelera y revisa todos los vuelos pero con la seguridad implacable que no piensa abordar otro avión que el que está escrito en su pasaje y entonces, respondí: dulce de leche abajo y arriba… sin embargo esta vez ahí me frené , algo me contuvo y durante unos pocos segundos me puse a recorrer los miedos de mi infancia, recuerdos que fueron previos a un maravilloso acontecimiento: el primer beso a la compañera de quinto grado que me tenía embobado desde primero, el penal pateado con el club Pedro Lozano en la final del interbarrial, la mañana que anduve en bicicleta sin rueditas, un 31 de diciembre inolvidable que pensaba que me iba a romper la cabeza y luego descubrí que estaba volando… El empleado de la heladería volvió a preguntarme por el segundo gusto mientras yo seguía en mi pasado remoto… me tomé otro momento aunque ahora para repasar aquellas semanas que andaba transitando. Hacía poco había iniciado algunas deconstrucciones y reconstrucciones en mi vida, repasando algunas experiencias, haciendo balances y revisando muchas certezas cerradas con doble candado… era un tiempo de sincera introspección dispuesto como nunca antes a desempolvar mecanismos de defensa, armaduras que convencido las daba como mis mejores armas. Nuevamente el empleado de la heladería me “solicitó” una respuesta y yo con temor y al mismo tiempo con entusiasmo respondí que abajo dulce de leche y arriba, arriba desde hoy mascarpone. Al rato repasé lo sucedido y lo tonto de la situación que al mismo tiempo me había aliviado. Me sentí contento tras esa sencilla decisión y comprendí que al igual que otras tantas más o menos transcendentales indican de qué manera podemos permanecer en una actitud de quietismo con las que nos estamos a gusto. Todo esa superficial deliberación que tuve por un helado me llevó a darme cuenta que a veces los cambios son saltos importantes y necesarios, aprender a decir adiós a la persona que ya no amamos o ya no amamos como antes y así poder liberarla y liberarse a uno, abandonar una carrera de estudio si no satisface nuestra vocación, iniciar un nuevo rumbo como atreverse a decirle te quiero al hombre o mujer que tenemos hace mucho al lado nuestro o naturalmente pedirle a un amigo que te vendría bien su abrazo. Es claro que la vida no se elige, que la vida simplemente se vive y hay que acordase de vivirla (memento vivere dice Goethe) y porque aunque ciertos permaneceres nos den tranquilidad, pertenencia, identidad puede que también resulten engañosos negándonos cambios hacia otras oportunidades. Así termina mi relato citando a un poeta músico que por estos días estrena su llamada, y que dice que todo temporal nos regala una enseñanza… y si no fíjense como me enseñó un simple helado que no me duró ni 5 minutos.
Nico Tabak
Pd. Nunca había pensado en que el helado se parece a ciertas personalidades que a habitualmente nos cruzamos. Seres serios, rígidos o que aparentan una cierta invulnerabilidad y que algunos la llevan a confundirla con soberbia. Seres que como los helados al cruzarse con el calor (con un afecto que nunca probaron) se derriten, se desnudan y descubren en su autenticidad, algunos son más dulces otros un poco agrios pero sin duda en ese estado se descubren en su esencia y sincero sabor